Paisajes en la Laguna de El Taray
La finca Laguna de El Taray ocupa una ligera depresión en una vasta llanura ondulada por la que corren los ríos Gigüela (que aporta aguas a las Tablas de Daimiel) y Riánsares (que muere en la laguna de El Taray). En años de fuerte inundación, el Riánsares tributa al Gigüela por medio del canal de las Compuertas. Hace algunas décadas, El Taray recibía también aportes del Gigüela por una derivación artificial que permitía una inundación mucho mayor que se extendía cientos de hectáreas por vega Mazón.
El ciclo natural de la laguna comienza con la entrada del río a lo largo del invierno o la primavera, cuando el cauce empieza a descargar el agua acumulada en la cuenca durante el otoño y el invierno. Según los años, el Riánsares mantiene el aporte de agua durante un periodo variable que puede ir de 1 a 5-6 meses. De este modo, el nivel de agua en la laguna aumenta gradualmente durante la primavera hasta el inicio del verano, cuando la fuerte evaporación derivada de las altas temperaturas provoca el cambio de ciclo. A partir de entonces el nivel desciende hasta un mínimo que se alcanza a lo largo del otoño. Esto hace que tradicionalmente septiembre sea el momento de mayor abundancia de aves y mayor diversidad en El Taray.
Al contrario de lo que se suele pensar, el aporte fluvial no es el único responsable de la inundación del humedal. Dependiendo del estado del acuífero 23, también puede suceder que el agua aflore de forma espontánea desde el subsuelo, aunque esto solo sucede tras episodios de lluvias torrenciales o en años de elevadas precipitaciones. De lo contrario, la sobreexplotación del acuífero, para el regadío y la agricultura principalmente, previene que este fenómeno pueda suceder.

De acuerdo con el ciclo del agua, El Taray ve resurgir la vegetación palustre cada primavera, cuando el paisaje se vuelve verde de forma tardía, allá por el mes de mayo y junio, cuando los calores ya anuncian la proximidad del verano. En esa misma época, las matas de Limonium dan un tono azulado a los albardinales de vega Mazón. La laguna en esta época del año se llena de flamencos, somormujos, anátidas y limícolas, y recibe la visita diaria de bandadas de pagazas piconegras y fumareles comunes y cariblancos. Antes de los últimos años de sequía, la laguna de El Taray mantenía una densa población de carpas y cangrejo americano, que servían de alimento a una numerosa comunidad de garzas imperiales, garzas reales e incluso avetoros y águilas pescadoras. Sin embargo, en los últimos años en los que la laguna se ha secado por completo durante el invierno (algo que no ocurría desde hacía 20 años), los peces prácticamente han desaparecido y el número de aves piscívoras ha mermado de forma paralela (y temporal).
A medida que avanza el verano, la laguna y su entorno palustre destacan cada vez más como un oasis verde y azul en medio de una llanura agrícola de tonos predominantemente amarillos y ocres.
El área inundable de El Taray se extiende entonces a unas 250 ha, que en su mayoría corresponden al vaso principal, si bien el agua se expande por brazos y canales hacia otras zonas como son la laguna de La Mangada, las lagunas de los Ojuelos y los recovecos de La Masiega que conducen a las Compuertas. Estas lagunas secundarias son también las primeras en secarse al final del verano, a medida que el nivel de agua va descendiendo. Este proceso coincide con la fructificación de carrizos y eneas que avanza progresivamente por distintas zonas del humedal generando una importantísima fuente de alimentación que resultará crucial en el invierno para muchas especies. Será un poco más tarde, con el otoño llamando a las puertas del cambio de estación, cuando las cañas comiencen a secarse devolviendo los tonos ocres, grises y pardos al cinturón palustre del sistema lagunar. Durante un mes aproximadamente convivirán los cañaverales secos con las orlas de tarajes verdes, hasta que, allá por finales de noviembre, sus hojas comiencen a adquirir bellas tonalidades doradas. Será el último estallido de color en la vegetación antes de la llegada del invierno.
A lo largo de este ciclo anual, El Taray ofrece siempre amaneceres y atardeceres espectaculares, especialmente cuando las nubes reflejan los rayos del sol tiñéndose de rosas, rojos, púrpuras y naranjas que se reflejan en las superficies inundadas. Son momentos llenos de magia que siempre se ven acompañados por el trasiego de bandos de aves que entran y salen del humedal, unas buscando sus zonas de alimentación y otras, sus lugares de refugio.